domingo, 27 de junio de 2010

PREGÓN DE LAS FIESTAS DE BOGAJO 2010

“LA NOSTALGIA NO ES UN ERROR”

¡Buenas tardes bogajeños.!
¡Buenas tardes “delicados”!

Quiero agradecer este encuentro con el pueblo de Bogajo, mi pueblo, a la comisión corporativa del mismo, a su Ayuntamiento, con su alcalde José Luis Herrero, sus concejales Emilio Moreno, Francisco Sánchez, Andrés Agudo y María Teresa Rubio, a todos sus ciudadanos, presentes y ausentes, a los que me siento vinculada por lazos de sangre, vecindad y afecto, y especialmente a Emilio Moreno Notario, que fue el primer contacto, el primer eslabón para que yo esté hoy con vosotros.

Bogajo es un pueblo recio y duro por sus condiciones de vida, por la naturaleza de su tierra y por todas las circunstancias que históricamente han ido conformando su idiosincrasia.

Todos los que hemos nacido en él, probablemente excluyendo la generación de nuestros hijos y las siguientes, hemos supeditado siempre nuestra opción personal a la del trabajo, unas labores agropecuarias durísimas en los años que yo residí en este pueblo, y mucho más las que correspondieron a la época de nuestros padres y abuelos. Tengo en la mente la llegada de las fiestas de San Juan como un paréntesis liberador en medio de las faenas de la recolección agrícola, la siega, cuando en este pueblo no existían las cosechadoras ni siquiera en la imaginación.

Las fiestas del patrón, San Juan, en cuya pila bautismal nos hemos bautizado todos los bogajeños, que comparte patronazgo con la virgen del Peral, tan ligadas a los ceremonias religiosas en este pueblo, aunque etnográficamente concebidas como ritos paganos, sobre todo las de San Juan, ponen de manifiesto cada año, que sus gentes, a pesar del letargo demográfico que sufre su territorio, tienen una presencia firme y perseverante.

Si el solsticio de verano nos regala la noche más corta del año en la noche de San Juan, y en muchos lugares se celebra con hogueras, una costumbre cada vez más universal, tal vez por la contaminación de la globalización, Bogajo, ajeno a tales eventualidades, permanece fiel a los pequeños rituales que lo diferencian del resto, y que han ido pasando de padres a hijos de una forma natural, y tan sutil, que si uno se incorpora a la celebración de San Juan treinta años después, observa con asombro que nada ha cambiado, que todo sigue su curso, que en el desempeño de estas fiestas se continúa celebrando la “misa cantada” y su ofertorio en honor a San Juan con la pompa correspondiente, que se continúa sacando al santo en procesión, que los vecinos de Bogajo siguen celebrando de puertas adentro la festividad con opulentas comidas, acaso ya no sea “la machorra”, es lo que tiene el desarrollo, como ya no hay ”hambre”, ha incorporado otros platos y mucho más dispendio. Tal vez hoy no haya corrida; en la época en la que yo vivía en este pueblo, la plaza, formada por los carros de todos los vecinos que hacían de talanqueras, constituía la guinda de la fiesta, y a los toreros, siempre iba unido un espontáneo que saltaba a la plaza, el incombustible maletilla Conrado “Puñales”. Y aunque algunas cosas han ido quedando en el camino, los “forasteros” siguen haciendo acto de presencia en estos días, como lo hace la música, con los tamboriles como emblema, continúa siendo imprescindible en una fiesta como ésta, no ha faltado nunca. En mi época había baile en el salón de Eusebio, ahora en la plaza.

Esas son las fiestas de San Juan que yo he conservado frescas en mi memoria, hasta tal punto, que para mí, las fiestas de San Juan, son exclusivamente las de mi pueblo, Bogajo. De hecho, cuando he tenido oportunidad de recogerlas bien sea en conversaciones informales o en el ejercicio de mi profesión, lo he hecho con placer, como es el caso de la cita que hago de ellas en mi última libro, claro está que en esta ocasión ha sido un episodio de San Juan novelado.

Quiero decir con esto, que llevo al pueblo de Bogajo en mi corazón siempre. Voy a apelar a la memoria para rendirle un pequeño homenaje a mi padre, Chelís, toda una institución, al que siempre la gente le pedía que cantara, y él, conociendo sus facultades, se hacía el remolón. Yo era y sigo siendo “Angelita la de Chelís”. Quiero recordar a mi abuela Ángeles, a cuyas faldas viví pegada hasta que salí de Bogajo para labrarme un futuro como lo habéis hecho tantos bogajeños; a mi hermano Manolo que tuvo una vida corta pero lo suficientemente compensadora en afectos, y eso es lo que cuenta.

El sentimiento de pertenencia a un pueblo va ligado siempre a sus progenitores, como ocurre en mi caso. Purificación, mi madre, se encuentra en la actualidad viviendo a seis quilómetros escasos de aquí, en la Residencia de Mayores de Fuenteliante, y esa es una de las razones por las que yo me siento vinculada a este pedazo de tierra. Mi hermano Juan, aunque lejos de aquí, tengo la absoluta seguridad de que con el pensamiento siempre está con vosotros; cuando dan comienzo sus vacaciones es como si le pusieran un cohete, tarda en poner un pie en Bogajo, lo que tarda en recorrer un vehículo quinientos quilómetros. Al llegar a Bogajo, hasta las pequeñas dolencias se evaporan. Cuando era un muchacho se subía al álamo más alto a buscar nidos, mientras nosotros, los miembros de su familia, manteníamos la respiración hasta que bajaba sano y salvo. Hoy, con la responsabilidad que dan los años, los principios de cada uno y una postura personal ante la vida, se ha hecho ecologista de corazón. Mi recuerdo para él, para mi cuñada Cristina y mis sobrinas Miriam y Leire, pues aquí pasaron los veranos de su infancia junto a mis hijos Eva y Ángel, que mantienen intacto el afecto por este pedazo de tierra, Eva aún mantiene contacto con muchos de sus amigos, “hijos del pueblo”.

No quiero olvidarme de los vecinos de Bogajo que han fallecido este año o a finales del pasado: Caqui, del que recuerdo con cariño su sonrisa y su estatura, sorprendente en una persona de su generación; José Luis el de la señora Fernanda, quien asumió su mala suerte con conformidad; Juan Antonio Román, el marido de Aurora, resignado tanto tiempo a vivir entre cuatro paredes pero con el cariño de todos; Luis Bravo, ligado siempre a mi familia por el afecto; Cleto el hermano de Venancio, ya fallecido también; Catalina Huebra, la madre de Tito el de Leandro, con quien mi madre pasaba largos ratos en su compañía; Teresa, por la que a mí me parecía que no pasaban los años cuando de tarde en tarde la veía; La señora Isabel, la del señor Isidoro, a la que yo tenía cariño por razones de vecindad entre otras cosas y que superó la centena de años. Eustaquio Román, padre de una de mis primeras compañeras de bachillerato, Marce, y mi primo Dany Herrero, hermano de Bárbara, que nos ha dejado tan pronto. Vaya para todos ellos y para el resto de los vecinos de Bogajo que ya no están con nosotros, mi recuerdo.

Yo no sé si el nombre de Bogajo procede de bacacula según la versión latina, o de bugalho según la portuguesa, de bogallo según la gallega o de bugalla según la celta; de eso sabe más José Bravo Román, que en su estupenda tesis, el libro que lleva por título Bogajo, un pueblo con historia, ha aclarado muchas cosas para la comprensión del origen, naturaleza y características de nuestro pueblo y ha sembrado el deseo de continuar en esa línea. Bueno, él y José Luis Herrero, que supongo que habrá aportado documentación y Jesús Bravo Román, que con toda seguridad, contribuyó generosamente a la confección del mismo.
Bien, pues yo, como no estoy atada a ningún tipo de análisis científico ni histórico, me inclino por la versión sentimental, para mi, Bogajo procede de bogallo, pero no en el sentido de la versión gallega, como gajo de una parte, sino como excrescencia de los robles, los bogallos, y su femenino bogallas con las que han jugado históricamente todos los niños de este pueblo. Yo todavía recuerdo en el corral de nuestra casa las boyadas de bogallas con sus terneros, los bogallos; unas, dentro de empalizadas hechas con gamonas y otras, fuera, equiparándolas a las que pastaban en el campo.

Hay cosas que no se olvidan nunca y que van unidas para siempre a Bogajo ¿quién no ha ido alguna vez a la “Peña Resbalina” a lanzarse como en un tobogán?, ¿qué supone para los de mi generación la Fuente el Perenal o la “Encina Arrengada? Ahora probablemente se rían los más jóvenes, pero hubo un tiempo en que la única diversión era pasear por la carretera de la estación -los más jóvenes, sólo hasta la Fuente el Perenal-, donde durante la época de la recolección se transformaba en una era comunitaria en la que se trillaba con trillos de dientes o lascas, los famosos trillos de Cantalejo, que hoy son prehistoria. ¿Y la “Peña el Pico”, quien no identifica el límite entre Bogajo y Villavieja con esta peña? No quiero olvidarme de la fiesta de las “Madrinas” –las del “Niño” para las solteras y las de la “Virgen” para las casadas–, con la subasta del “Ramo y la Rosca”, o la fiesta de los “Quintos” con la “Carrera de gallos”, preludio del servicio militar cuando era obligatorio, sin olvidarme de la Semana Santa con su monumento en el lateral izquierdo de la iglesia. “Salir a comer el hornazo”, tomado por las pandillas de muchachos y muchachas en las paneras y casas viejas que habían perdido el uso, constituía una aventura y un respiro para las veleidades amorosas de los adolescentes bogajeños. La Navidad, con su maravilloso “Nacimiento” en la iglesia, era otra de las festividades punteras, nunca he vuelto a ver un musgo tan fresco en el decorado de un “Belén”; otra de las festividades que ha perdurado en mis recuerdos como un espectáculo maravilloso es el del Corpus con las calles engalanadas, con el pavimento lleno de tomillo despidiendo un aroma especial, que no sé en qué lugar de mi cerebelo ha llevado mi pituitaria, pues a pesar de los años y la distancia, juro que ha permanecido ahí, y tantas y tantas actividades que van unidas a mi pueblo. Hay una que recuerdo especialmente: el periplo que seguía la imagen de una Virgen, metida en una hornacina de madera y cristal, iba de unas casas a otras; aquello quedó también para siempre en un pequeño rincón de mi memoria. “Hay que llevar la virgen”, se decía cuando la imagen había agotado su estancia en la casa –la nuestra era la Virgen de Fátima-, y acto seguido la imagen iba a parar a su nuevo destino, en nuestro caso, la Virgen iba a casa de Transi, a la que mi familia tiene un afecto especial.
Algo de lo que ha quedado atrapado en mi memoria, y que ya no podría desligar, entre lo escuchado cientos de veces y la realidad vivida, es un día de San Juan, en que los novillos o vacas –en este caso alguna vaca muy brava de mi padre que iba a ser lidiada en la corrida–, se escapó de la plaza sembrando el pánico entre los vecinos; lo que nadie podía imaginar era el encontronazo de la vaca con los “Chupaligas, la orquesta que se disponía a tocar por la noche. Los componentes de la orquesta caminaban por la carretera y tuvieron que saltar tapias de cercados y camuflarse entre matojos para despistar al animal.
Los juegos de las tabas, el castro y el “hinque” son los que más recuerdo de aquel tiempo en el que yo era una niña, mientras los chicos lo hacían con la peonza o jugaban a la palometa. Solía jugar con mi prima Mary Rodríguez, con Consuelito Ríos, a ella, a su hermano Paco y a sus padres, les tengo en mi corazón, jugaba también con Mary Marcos, la de la señora Consuelo, con mi prima Trini y con Nati, que vivía con sus tíos, a la que un día vi después de treinta años en Valladolid sintiendo no haberla reconocido hasta que me lo indicó.
Entre las amigas y amigos, ya fueran de la quinta, que era el rasero establecido, o de año por encima o por debajo de mi edad, están: mis primos Juan José –Ché para los amigos–, y Mary, cuyas vidas y la mía están no sólo ligadas por lazos de sangre, también por el afecto, igual que sus hijos, Olga y Juanji, hijos de mi primo Juan José, así como Jesús, Javi, Virginia y Rocío, hijos de Mary, a quien yo recurro siempre, con el recuerdo de mis tíos Juan José y María Ángela, por quienes yo sentía predilección. Un recuerdo para el esposo de mi prima, Jesús de Castro y sus hermanos, Chanín, Higinio, Elisa, Yeya, y Caqui, y en general para su familia, ligada por lazos de afecto a mi familia paterna.
Mis primos Pedro y Paco Sánchez, que junto a sus padres, Josefa y Pedro, son una parte importante de mi familia, así como mi prima Trini Martín, que junto a Merce, sus hijos, sus padres y mi tía Mercedes forman también parte de mi familia materna. Tere, Carmen y Nanchi, hijos de Bárbara y Venancio, están ligados por lazos de sangre a mi familia como también lo están mis primas Ali y Rosi, que junto a Bábara y al resto de sus hermanos constituyen un vínculo indestructible a pesar del tiempo y la distancia.
Un recuerdo para Guillermo Francia, la persona que en mi adolescencia fue la más amiga y en la juventud la más íntegra, del que siempre admiré su inteligencia y generosidad, él sabe por qué. Honoria, a la que yo quiero especialmente, a ella y a su familia, con la que pasé unos días de mi juventud en el Salto de Aldeadávila, a sus hermanos José Luis, Rafa, Vicenta y Conchita. Mary Cruz, a la que mi madre une nuestras fechas de mi nacimiento, el día de Santa Cruz, y Luis Bravo, al que nada se le ponía por delante en nuestra infancia y juventud, un “Atila” temerario y noble a partes iguales, para él y sus hijos mi recuerdo como también para Juan Bravo, su esposa Inés y sus hijos, con quien mi hermano tiene una fraternal relación, para Manolo, para Paco, que ya no está con nosotros, al que mi recuerdo une a la matanza del cerdo, siempre echaba una mano a mis padres, para todos los hermanos, para su madre Cari, y el recuerdo de su padre Luis, muy amigo de mis padres, una familia que yo considero mía, va mi recuerdo. Otro sentimiento de afecto va para Miguel, Araceli, para todos los hermanos del Arco Bravo en general y en particular para Chuchi, que volvió a las raíces y enseñó a mis hijos y a todos los niños del pueblo bailes regionales, para él y para sus padres José y Araceli que han mantenido un vínculo con mi familia. Para María, Isidoro, José, Jesús, todos los hermanos Bravo Román, hijos de José Bravo y Fili, a los que yo quiero a través de sus padres; otros Bravo, los de Madrid, para distinguirlos del resto, el religioso José Luis Bravo y Jesús Bravo, Mary, Mary Lo y todos los demás; los hijos de Mariano Bravo, que en la época de mi infancia constituían un referente en la modernidad y todos sus hermanos –los primeros pantalones vaqueros que llegaron a Bogajo fueron los que vestían ellos–; lo mismo ocurría con los hermanos Manolo y Andrés, de Salamanca, hijos de Manuela –amiga de mi madre–, un recuerdo para ellos, se notaba que vivían en la ciudad; en el mismo caso se encontraban Emilio Moreno Notario y sus hermanos Juan y Mary, los sobrinos de Juan Agustín; se mirara como se mirara, ellos habían irrumpido en Bogajo con aires nuevos. Guardo un especial afecto para Juan y Manuela, padres de Emilio, con su madre hice mi primer año de prácticas en Magisterio, allá por el año 1971 en Ciudad Rodrigo.
Recuerdo a Isidori y a Pepe Bravo, primos de los anteriores Bravo, a los que no he vuelto a ver. Luis Encinas, colega de mi hermano Juan y el resto de los hermanos, Katy, Matías, –muy amigo de mi hermano Manolo–, José Mary, Jesús y Juanjo, y el recuerdo de sus padres, Máximo y Luisa, que yo considero de la familia. Isabel Cabero de quien yo admiraba la destreza con que cogía manzanilla en el campo, toda su familia, Pepi, Paco su padre, Manolo Cabero, íntimo amigo de mi padre, su madre y sus tíos Agustín y Cleto; otra Isabel, Isabel Honorato y sus hermanas, las de la plaza, muy queridas por mí; Jesús Notario, Juan, Raquel, y el resto de los hermanos, hijos del señor Juan Manuel y Teresa, muy unidos a la casa de mis padres por razones de vecindad y de afecto; Mary la del señor Eusebio y sus hermanos, Paco, Chan y Joaquín; las hermanas Isidora, Esmeralda y Dory, hijas de la señora Fernanda; Mi afecto para Modesta Salvador, –Tita para sus familiares–, para todos sus hermanos a quienes yo recuerdo con cariño, de la dehesa de Campilduero; para Cari y su hermano Ricardo García Juan, un “amigo especial” también de Campilduero, lugar al que la leyenda atribuye un tesoro escondido, una campana de oro, que ha de encontrarse “a punta de reja o a patada de oveja”. Recuerdo para Juan José y Nunci, hijos de la señora Eustoquia; para Toñi Agudo y sus hermanos, Manolo y su esposa Loli, Isidro, –convertido en primo por su matrimonio con Merce–, Mª José, Isa y Dolores, que procuró bienestar a mi madre antes de marchar a la residencia; para Eduardo, el cartero de Bogajo durante mi infancia y juventud y para toda su familia, va mi aprecio; Luis Marcos, el de la señora Consuelo, presente muchas veces en nuestra casa familiar, Luis, de amigo pasó a ser vecino, como el resto de sus hermanos, Mary, Santiago, etc., con cuyos hijos jugaron los míos en su infancia, Jose, el hermano invidente al que yo estuve visitando el día antes de su muerte, fue también amigo de mi hermano Manolo. Marce, hija de Taquio, con quien comencé mis estudios, que junto a Alejo, Mary Paz Honorato y Guillermo Francia formamos el primer grupo que en el pueblo se preparaba para los estudios secundarios, sin contar a mi primo Pepe Luis Acosta, que ya estaba en la universidad y del que recibí mis primeras clases particulares, Pepe Luis está siempre en mi memoria como lo están sus tíos Julia y Emiliano, me lo recuerda siempre una parte de nuestro huerto, que antes fue suyo, como también recuerdo a su tía Mica, vecina de nuestra casa y a sus abuelos (en casa de la señora Luisa, mi madre, aficionadísima a la lectura, leía en alto novelas para deleitar a su abuela, al señor Ferino, a mi abuela Antonia…, luego comentaban el capítulo, en realidad fue el primer libro forum del que tuve constancia siendo muy niña). Mi recuerdo para Angelita Román y sus hermanos, Florentina, Juanito y Joaquín; Rufi y Filo Román, Paula, Luis, Ángel, Juan Antonio…, la simpatía es el denominador común de esta familia de Rufina, a la que mi madre siempre recuerda como su vecina y al pater familia, Toño, que ha pasado la barrera de los cien años en plena lucidez. Recuerdo a Vicenta, la de la cuesta, y a todos sus hermanos, Josefa, Santiago y Agustín, los hijos de la señora Catalina Fernández; con los hijos de Santiago y Agustín formaron pandilla los míos durante su adolescencia; un recuerdo especial para Pepe el de la señora Andrea, que ya no está con nosotros, para Conchi y el resto de sus hermanas, muy ligados a la casa de mis abuelos paternos Ángela y José María, y a mi tía Socorro, con quien tuve mis desencuentros en los últimos años, a pesar de lo cual no dejé de quererla.
Mi recuerdo para Teresa, la del señor Heraclio; para Feliciano, Candelas y Colás Román; para Emiliano, con el que tuve amistad hasta su fallecimiento, pues vivió en Valladolid; para Casimiro Perancho y sus hermanos, Juana, Elías y Juan Antonio. Para la familia de María y Colás, sus hijos Chan e Isidora, que tampoco están con nosotros, y su nieta Carmen, que vive en Salamanca, a quien le tengo un afecto especial; mi recuerdo para Conce, su esposo e sus hijos, María y Paco; para los hijos de Pepe y Ángela, Pepe Paco, Angelita, etc., otra de las familias emigradas; mi recuerdo para María Agudo, hija de Pedro y Paz, a la que yo quiero especialmente, para sus hermanos Andrés Paz y Tere y para toda su familia. Mi recuerdo también para sus primos, los hijos de la señora Ramona, Manolo, Arturo, Eduardo, Ramoni y Merce con los que me une un afecto de años. Toñi, la del herrero, y su hermana Rosaura; Pili, Juanma, Samuel, y Tito, los hijos de la señora Rita; Tere, Gela y el resto de los hermanos de la cuesta, hijos de Gaspar. Blanca y sus hermanos, hijos de Margarita y José, los propietarios del primer bar que hubo en Bogajo, en el sentido más mercantilista del término, fue una novedad en el pueblo, hoy con el que más trato tengo es con Juanma, seguramente por su afición a la lectura; Mary la del señor Baltasar y sus hermanos entre los que se encuentra Marcelina –una amiga muy querida de mi madre–; los hermanos Colás y Catalina, hijos de la señora Juana; Inés, Naty Román y todos sus hermanos, aunque en los últimos años trato más con Margarita por razones de proximidad, ella vive en Valladolid, así como su tío Fili. Un recuerdo para Ramón, Miguel y Mariana cuya hija Mónica es amiga de la mía y toda la familia de los panaderos; para los hijos de Manuela y Bruno y su tío Ángel; para Sole, la de la señora Isabel, cuyas hijas también son amigas de la mía; para su hermano Isidoro, que junto a su esposa Inés y sus hijos también forman parte de mis afectos. Recuerdo a Agustín Morales, del que he perdido el rastro como me ocurre con Consuelo y Gildo, que vivían en la plaza y con Eladio y Pedro, de El Zancado, de los que no he vuelto a saber nada; Pascual, el hijo Toño y Teresa, amiga de mi madre; su primo Jorge y hermanos, hijos de Francisca y Pascual; Candi Ventura, su esposo y sus hermanos, uno de ellos, Manolo se ha convertido en primo por su matrimonio con Trini. Milagros, que fue a vivir a Villavieja, la hija del tabernero, con quien me unió una gran amistad. Recuerdo para Mª Jesús, hija de Jesús y Victoria, amiga de mi madre– y para su hermana y las familias que éstas han formado. Otros afectos renovados van para Tere, Marisi y Mary Jose, de Villavieja, las sobrinas del cura de Bogajo, Don Sebastián, con Marisi me encuentro regularmente en el supermercado en Valladolid y no hay día que no salga a relucir el nombre de Bogajo. Guardo especial cariño a Rafael Sánchez y su hermano al que conozco menos, los hijos de José Sánchez y Paquita; de Rafael me ganó su proximidad y el afecto que me demostró cuando le conocí, tanto es así, que conservo la nota de su dirección en la servilleta del bar donde nos encontrábamos cuando la escribió, el bar París, de Leandro, a quien recuerdo con cariño, a él y a Maruji, incondicionales de mi hermano Manolo, como también lo fue José Manuel, hijo de Encarna y Tasio, para él y sus hermanos, todo mi afecto.
Recuerdo, sobre todo con agradecimiento, a Genoveva y a los comerciantes de Bogajo, ella me llevó más de una vez a Ciudad Rodrigo donde yo estudiaba, en el coche recién adquirido y con el carnet recién estrenado.
A todos estos amigos de la infancia y juventud así como a familiares, he de añadir a Juan Andrés Corral, en cuya compañía mi madre pasaba largos ratos; a su hermana y a su cuñado Jesús, el caminero, la persona más interesada en la etnografía de Bogajo que yo he conocido; un día me dio unos apuntes sobre lugares de Bogajo en los que él había investigado y los conservo, a su hija Tere y la familia de ésta. Tengo un recuerdo especial para Pepa Cruz, a quien mi madre se ha sentido muy ligada, no tengo más que palabras de agradecimiento, a ella y a sus hijos, Juani y Bene; a su hermano Bene y su esposa Carmen; recuerdo a la familia de la señora Sofía, A Mariana y Visita de la señora Sofía, a su esposo Agustín y a sus hijos, por los que mis padres sentían adoración; Mª Josefa Encinas y su familia, a la que la mía aprecia especialmente; a Santiago Martín, cuya invidencia no fue un obstáculo para que un día, tras muchos años de ausencia en nuestras vidas, me reconociera por las pisadas, llamándome por mi nombre, me quedé atónita ante aquel exceso de inteligencia o de memoria (los primeros concursos de “Pasapalabra”, muchos años antes de que se popularizaran en televisión, ya los había llevado a cabo Santiago con algunos de nosotros cuando éramos adolescentes en el portal de Consuelito Ríos, mi afecto para él y sus hijos, amigos de los míos; un recuerdo también para sus hermanos Jesús y Carmen, hijos de la señora Genara; para Candelas, la sobrina de Conrado, con cuyas hijas jugó la mía; para Ángel, hijo de Delfina y Manuel, a quien tanto apreciamos en casa, para su esposa, su madre y hermanas; un recuerdo para Manolo y su mujer Aguedita, que junto a sus hijos y padres Águeda y Mateo, va mi cariño; para Isabel Mª, Daniel y sus hijos Angelita, Dani y Manolo; para Juan Alonso y Paula; para Vidal y Mena, ligados por lazos familiares; para Manuel y Visita, y para sus hijos; para Milagros la de Candelas y Augusto; para Puri, la de El Zancado y sus hermanos. Un recuerdo para los hijos de Juan José Hernández y Águeda, para toda esa familia; para Valen; Enrique e Higinio y sus tías; para los hijos de Ana Mª y Casimiro, de los que he perdido la pista, otros de los emigrados del pueblo; para Adela, Manolo Puente y demás hijos de Carmen y Claudio; para Ángel, Paco y Carlota de Pablos. Un recuerdo para los hijos de Demetrio y Maruja; para Demetria y Cesáreo, amigo de mi padre; para José Luis y Lorenzo, hijos de Antonio y Feliciana; para Manolo Rivero y Gabi, que fue mi primera maestra de Primaria; para los de Burgos, que antes eran “veraneantes” y ahora algún miembro de su familia ha enraizado en Bogajo. Para los de María y Ezequiel, para Joaquín y sus hermanos, ligados por lazos familiares; para Tina Puente, que vive en la plaza; para los hijos de Antonio Merchán y Filo; para Mariano Medina; para José Ángel y sus hermanos, hijos de Teresa y Francisco. Un recuerdo para Matilde y Genaro, cuando mi padre pasaba unos días en el Baldío, ellos le atendían con cariño; para los nietos de la señora Victoria, Ana Mary y Ricardo; para la hija de Pedro, para Prudencio, para los hijos de la señora Gerónima y el señor Tomás, un recuerdo para María Sánchez, que fue mi modista, y sus sobrinas; para Josefa Román Estévez y sus hermanos, y también para los hijos del señor Martín, el sacerdote, su hermana Marcelina…. Mi afecto para los hijos de Luis y Teresa, de quien mi madre estuvo muy cerca en sus últimos años, para Colasa; para Joaquina, que ayudaba a mi familia a hacer el queso; para Juan Carlos, el párroco de Bogajo; para Sara, que con su industria quesera hace que el nombre de Bogajo se venda también; para los hijos del señor Nemesio; para los de la señora Tomasa; para Carmen, esposa de Andrés Merino y sus hijos; y para tantos otros, que por ignorar aspectos de su vida o por la diferencia entre nuestras edades he perdido el contacto.
En mi corazón estarán siempre las maestras de la escuela de Bogajo, Doña Gabi, Rosario de Paz, hermana de Emilio, Pepita Juanes y mi admirada Jovita, quien sembró en mí el deseo de conocer un nuevo mundo, el mundo de la cultura, el que ahora precisamente tengo como profesión y le doy las gracias; ahora como responsable de programación de un museo, la Casa de José Zorrilla en Valladolid, siento que mucha parte de la responsabilidad y la ilusión que necesito en el desempeño de mi quehacer cultural, tuvo un germen que todas mis maestras pusieron en mí.
Por último, ligados a Bogajo están mi madre; el recuerdo de mi padre, José Luis; el de mi hermano Manolo y el de mi abuela Ángeles, así como el de mis abuelos paternos Ángela y José María, como lo está también el recuerdo de mis tíos Juan José, Rufina, Antonia y Socorro, y no quiero olvidarme de mi bisabuela Antonia (de La Atalaya), que también pasó muchas temporadas en Bogajo. Ligados por el afecto, sobre todo, están mis hijos, Eva y Ángel, quienes vivieron la mejor etapa de sus vidas en este pueblo durante todos los veranos; ejercitaron los trabajos propios del campo: trillar, cavar, recolectar patatas, sandías, ir a por las vacas… Eva conserva muchos amigos de este pueblo, y ambos, Eva y Ángel, además de disfrutar del ocio junto a sus abuelos y los bogajeños, aprendieron el valor del trabajo, el esfuerzo y la responsabilidad. Por último, ligados también a Bogajo están mi hermano Juan y sus hijas, mis sobrinas Miriam y Leire, sobre todo Leire, que se erigió en directora de teatro en los últimos veranos de su adolescencia, y mi cuñada Cristina, a quien el pueblo, puede decirse que la ha adoptado.
Mi afecto para quien no esté plasmado en este alocución, la memoria juega malas pasadas, pero tened seguro que en algún momento de mi vida habéis estado o estaréis en mi recuerdo.
No sé cómo agradeceros este privilegio. ¡Miento!, sí sé cómo voy a hacerlo, llevándoos siempre en mi corazón.

¡Viva las fiestas de San Juan!
¡Vivan los bogajeños!
¡Viva Bogajo!


Ángela Hernández Benito
Bogajo, 26 de junio de 2010